El aire verde enreda en las orillas
verdes trenzas de musgo verde.
Parece que el mundo entero se derrama
en una blancura de cera inerte.
Trae consigo mil huellas y sombras,
caballos azules color de nieve
indómitos galopan, se encuentran conmigo,
isla encallada que el mar remueve.
Arañas sin sueño caminan despacio
hacia lejanas laderas que iluminan silentes
el aún despierto mundo perdido
que quema la estera que vino del este.
Luces, espejismos, lejanos planetas
van celebrando su vida breve
y van vistiendo de luto las barcas,
fría soledad que nace y muere.
Qué de bonitas imágenes, Jorge, y no sólo en este sino en todos los poemas que llevas publicados. Un abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias Marta. ¡Un abrazo!
ResponderEliminarMuy hermoso:
ResponderEliminar"Parece que el mundo entero se derrama
en una blancura de cera inerte."
La última estrofa es magnífica, el colofón. Me gusta toda:
"Luces, espejismos, lejanos planetas
van celebrando su vida breve
y van vistiendo de luto las barcas,
fría soledad que nace y muere."
Y aún queda resonando largamente ese último verso...
El poema posee un elegante ritmo y cadencia, ayudado por esa rima asonante en los versos pares.
¡Saludos!
Y la tarde cae y parece que no se levanta.
ResponderEliminarMuy bueno Jorge. Me alegro de haber llegado a este blog.
Muchas gracias Anaís y Horacio por vuestros comentarios. Un abrazo.
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